Hace mucho tiempo, en Castrelos, en Vigo, vivía un herrero muy trabajador, pero solitario. Nunca había querido saber nada del amor, centrado únicamente en su oficio y en su tranquila vida. Pero un día, ya de mayor, vio pasar delante de su fragua a una joven hermosa como ninguna otra, y se enamoró perdidamente.
Intentó conquistarla, incluso regalándole una joya muy cara que había comprado con todos sus ahorros. Pero ella lo rechazó una y otra vez. La desesperación llevó al herrero a hacer algo terrible: secuestró a la joven y la encerró en su casa.
La muchacha, muy religiosa, solo le pidió poder asistir a misa cada domingo. El herrero, ciego de amor, aceptó. Así, cada domingo ella iba a la iglesia, mientras él seguía trabajando, obsesionado con agradarla y retenerla.
Un día se le apareció una bruja, que le advirtió que su muerte estaba próxima y que la joven encontraría un amor verdadero con el que se casaría. El herrero, devorado por los celos y la rabia, decidió hacerle daño: tomó un hierro al rojo vivo y fue hacia la iglesia con la intención de desfigurar el rostro de la joven mientras rezaba.
Pero cuando intentó entrar por la puerta sur del templo, ocurrió algo milagroso: la entrada se tapiaron de repente con un muro de piedra, impidiéndole el paso. Era como si una fuerza divina protegiera a la joven.
Desde entonces, esa puerta sigue tapiada, como recuerdo silencioso de una vieja historia que mezcla pasión, celos e intervención divina.
La iglesia de Santa María de Castrelos, en Vigo, aún conserva esa puerta sur tapada, y la leyenda vive en el imaginario de la gente como parte del maravilloso folclore gallego.